
Por lo
tanto, así alumbre vuestra luz delante de este pueblo, de modo que vean
vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (3
Nefi 12:16).
Ayudaré a los demás y edificaré el reino
de Dios mediante el servicio honrado.
Durante su ministerio terrenal, Jesucristo dedicó su vida a servir y ayudar a los demás. Los verdaderos discípulos de Jesucristo hacen lo mismo. El Salvador dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros” (Juan 13:35).
El Salvador recurrió a una parábola para enseñar la
importancia del servicio. En dicha parábola, les habló de su regreso a la
tierra en gloria y de la separación de justos e inicuos. En la parábola, le
dice a los justos: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado
para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de
comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve
desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y
vinisteis a mí” (Mateo 25:34–36).
Los
justos, perplejos por esta afirmación, le preguntan: “Señor, ¿cuándo te vimos
hambriento y te sustentamos?, ¿o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te
vimos forastero y te recogimos?, ¿o desnudo y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos
enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?” (Mateo 25:37–39).
Entonces, el Señor les responde: “En cuanto lo
hicisteis a uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo
25:40).
Las oportunidades de servicio al prójimo
son ilimitadas. Las palabras y las acciones amables pueden aliviar las cargas y
alegrar los corazones. El compartir el Evangelio es un gran servicio con
repercusiones eternas. Una clave verdadera para la felicidad consiste en
trabajar por la felicidad de los demás.
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