
Recordad
que el valor de las almas es grande a la vista de Dios (D.
y C. 18:10).
Soy de un valor infinito y tengo una
misión divina que me empeñaré en cumplir.
Cambiar tu apariencia física o las posesiones materiales
puede hacerte sentir mejor por un corto tiempo, pero en verdad no cambia en
nada tu valor o tu felicidad eternas. Eso es porque tu valor ya ha sido
establecido. El presidente Thomas S. Monson ha enseñado: “Su Padre Celestial
las ama, a cada una de ustedes. Ese amor nunca cambia, y en Él no influye su
apariencia, sus posesiones ni la cantidad de dinero que tengan en su cuenta
bancaria. No lo cambian sus talentos y habilidades… El amor de Dios está allí
ya sea que sientan que merezcan amor o no; simplemente siempre está allí” (“Nunca caminamos solos”, Liahona,
noviembre de 2013, págs. 123–124). Eres un hijo de Dios; ya tienes un valor
infinito, y eso no cambia, por lo que es importante que comprendas cómo
reconocer estos mensajes falsos en cuanto a la autoestima y cómo combatirlos
con la verdad del Evangelio.
Uno de los grandes problemas de la vida consiste en vencer el
sentimiento de que no tenemos importancia, que no somos especiales y únicos.
¿Pensáis acaso que el Padre Celestial mandaría a uno de sus hijos a esta
tierra, sin que éste tuviera la posibilidad de una obra significativa que
efectuar?…
Fuisteis preservados para venir a la
tierra en esta época para un propósito especial; y este privilegio no es
solamente para algunos, sino para todos. Hay cosas que cada uno de vosotros
tiene que hacer, y nadie las puede hacer tan bien como vosotros; si no os
preparáis para hacerlas, no serán hechas. Vuestra misión en la vida es única y
particular; por favor, no dejéis que otro tome vuestro lugar porque no podrá
cumplirla tan bien como vosotros.

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