viernes, 22 de mayo de 2015

INTEGRIDAD





Hasta que muera, no quitaré de mí mi integridad (Job 27:5).

Tendré el valor moral de hacer que mis acciones sean compatibles con el conocimiento que tenga del bien y del mal.

La integridad es el cimiento sobre el cual se edifican el carácter y una vida semejante a la de Cristo. Si en ese cimiento hay fisuras, entonces no soportará el peso de otros atributos propios de Cristo que deben edificarse sobre él. ¿Cómo podemos ser humildes si carecemos de la integridad para reconocer nuestras propias debilidades? ¿Cómo podemos cultivar la caridad hacia los demás si no somos totalmente honrados en nuestros tratos con ellos? ¿Cómo podemos arrepentirnos y ser limpios si sólo le divulgamos al obispo una parte de la verdad? La integridad está a la raíz de toda virtud.

. La integridad no es hacer solamente lo que es lícito, sino aquello que sea moral o vaya de acuerdo con las enseñanzas de Cristo. Quizás sea lícito cometer adulterio, tal vez sea lícito tener relaciones físicas antes del matrimonio, quizás sea lícito decir chismes; pero ninguna de esas acciones es moral ni propia de Cristo. La integridad no es sólo adherirse al código legal; es también adherirse a un código moral más elevado. Todo joven tiene el deber moral de proteger y preservar la virtud de la joven con la que salga, y toda joven tiene el deber moral recíproco hacia su pareja; es una prueba de la integridad de él o de ella. El hombre o la mujer que se esfuerce por tener integridad cultivarán una determinación y una disciplina que trascienden incluso las fuertes pasiones de las emociones físicas. Esa integridad hacia Dios, hacia uno mismo y hacia los demás es lo que los sostiene y les da fortaleza, incluso cuando Satanás desata contra ellos su arsenal de tentaciones morales. El Señor dijo a esa generación: “…levantaré para mí un pueblo puro” (D. y C. 100:16). Dios está contando con que nosotros seamos esa generación.

. La integridad toma decisiones basadas en implicaciones eternas. Una de las mujeres jóvenes de nuestro barrio estaba tomando un examen en la escuela secundaria local. Cuando levantó la vista, vio que una de sus amigas estaba haciendo trampas. Sus miradas se encontraron; avergonzada, la amiga se encogió de hombros y esbozó con los labios las palabras “necesito una buena calificación”. De alguna manera, esa joven había perdido su perspectiva eterna; nuestro destino no son las buenas calificaciones, sino llegar a ser como Dios. ¿De qué sirve ser aceptados a la universidad de más prestigio, si perdemos nuestra exaltación en el proceso? Cada vez que alguien hace trampas, cambia su primogenitura por un guiso de lentejas (véase Génesis 25:29–34). Con su falta de visión, ha optado tener un billete hoy en vez de una riqueza infinita en la vida venidera.


La integridad es dar a conocer toda la verdad y nada más que la verdad. Creo que el Señor puede tolerar nuestras debilidades y errores, siempre que demostremos un deseo y un esfuerzo por arrepentirnos. De eso se trata la Expiación; pero no creo que fácilmente tolere un corazón engañoso o una lengua mentirosa.










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